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FOTO: CARMEN CARRAZQUEZ  VIDEO: IVÁN …?

Todos esperaban el gran acontecimiento. Hacía días que se oían golpecitos en el interior, familiares y amigos deseaban impacientes el nacimiento de Octavio. ¿Y cómo será? Se preguntaban nerviosos por el color de su pelo, por si le gustaría jugar de portero o marcar goles, si sería médico o arquitecto. Si, si, si…

Y llegó el gran día, ¡la cáscara estaba rota! Todos estaban seguros que en cualquier momento verían la cabeza de Octavi asomarse prudente… Pero no, la historia no siguió su curso. A diferencia de otros polluelos, Octavio vino al mundo con energía y atrevimiento. Octavio salió del huevo… ¡bailando!

Y así siguieron los días de su infancia. Especialmente cuando nadie le veía, cantaba y bailaba como lo había visto hacer al otro lado de la tele: desde John Travolta o Patrick Swayze a los bailarines del concierto clásico que su abuelo miraba los domingos.

Él quería ser como ellos. Quería ir a una escuela de baile. Sentir la música y moverse con libertad, sin ataduras. Pero los otros patos no lo tenían tan claro. Se sorprendían de que Octavio quisiera ser bailarín, y eso que había compañeras suyas que bailaban. Pero eran niñas. Ellas “tenían estilo” y, a diferencia de Tavi, su cuerpo había sido entrenado desde pequeñas para ser flexible, para desafiar la gravedad.

Mientras los demás patitos crecían y empezaban a fabular con su futuro, Octavio veía frustrado su sueño. No le habían preparado a tiempo. No podría ser nunca un profesional de la danza clásica.

Pero Octavio había llegado al mundo con energía y atrevimiento. Con los años, dejó el pueblo y siguió sus pasiones. Estudió música y teatro, bailó jazz y flamenco. Ahora es saxofonista, compone y escribe sus propias canciones. Actúa, se expresa, es.

En esta historia no hay ningún lago de los cisnes. Para Octavio la vida es movimiento, arte, decisiones. No hay un final escrito.

 

¿Quién le pone una caja al aire?

Tú puedes hacer lo que tú quieras,

pero hay que elegir el camino.